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The Secret History of the Atomic Bomb -

La historia secreta de la bomba atómica - Eustace Mullins

Los alemanes y los japoneses estaban investigando sobre la fisión nuclear desde los años 30.  En el año 1939, los judíos húngaros Edward Teller, Leo Szilard y Eugene Winger huyen de su país y se integran en el selecto comité estadounidense coordinado por el también judío exiliado Albert Einstein que pretende lograr la bomba atómica antes que los alemanes (y utilizarla).

 

La composición de dicho comité, que más tarde se convertirá en el Comité de la Energía Atómica, es fundamental para conocer quién dio la orden de detonarla: otro judío, Robert Oppenheimer, perteneciente a la familia de comerciantes de diamantes, está al mando científico.

Cuando el secretario de guerra Stimson le habla al General Eisenhower de la existencia de la bomba, el popular Ike se entristeció enormemente y negó la necesidad de golpear a Japón con la nueva arma. Tres días después, se va a Berlín a intentar convencer al presidente Truman de que no la lancen.

Truman, por cierto, había llegado al poder tras la repentina y SOSPECHOSÍSIMA muerte de Roosvelt, y su único empleo conocido era ser el jefe de las logias masónicas de Missouri. Stimson pertenecía a los Skull and Bones de la Universidad de Yale.

Contrariamente a lo que nos han hecho creer, Einstein detestaba los derechos humanos y en intercambio epistolar con Freud, se reía de sus convicciones pacifistas. El 2 de agosto de 1939, el “pacifista” Einstein envió una carta a Roosevelt a través del agente Sachs animándole a trabajar en el proyecto de bomba atómica. El tal Sachs era asesor de los hermanos banqueros judíos Lazard y Lehman, y fundó la hoy conocidísima Goldman Sachs.

En mayo de 1945, mientras Hitler se está rindiendo (y escapando gracias a la ayuda de los sionistas) rumbo a Argentina, los aliados ponen en marcha la ONU en el Hotel Palace de San Francisco. Un pequeñísimo grupo se reúne en un jardín para terminar los estatutos de la hoy conocida organización: el abogado de Wall Street John Foster Dulles (su hermano fue el primer jefe de la CIA), el representante de Estados Unidos Alger Hiss, el revolucionario a sueldo de Wall Street William Nelson Cromwell, el banquero Avery Harriman, que ha pasado los dos últimos años ayudando a Stalin en Moscú (representando a la URSS) y el secretario de estado USA Sttetinus, hijo del socio del banquero J.P. Morgan.

Este último les emplaza para hablar del lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón. La conversación se desarrolla en los términos de saber cómo justificar el empleo de dicha bomba si, con la capitulación de Alemania y los llamamientos a la paz del Emperador Hirohito, la guerra está prácticamente terminada.

Entonces, Foster Dulles dice: “Keep Japan in the war another three months, and we can use the bomb on their cities; we will end this war with the naked fear of all the peoples of the world, who will then bow to our will.”

 

Es decir: “mantened a Japón en la guerra otros tres meses, y podremos usar la bomba sobre sus ciudades: acabaremos la guerra con el miedo desnudo de las gentes del mundo y los tendremos a nuestros pies”. Lanzar la bomba atómica era vital para lanzar la guerra fría, que mantendría a la Humanidad sometida ante el miedo a la destrucción durante la segunda mitad del siglo XX: antes de acabar la II Guerra Mundial ya comenzaron esta nueva guerra.

Para lo cual, obviamente, los propios banqueros capitalistas pasaron a los soviéticos el secreto de la bomba atómica, a través de “Los cinco de Cambridge” entre los que estaba el barón Rothschild y el escritor Ian Fleming (James Bond). Entre el grupo que decidió lanzar la bomba, además, había tres políticos/banqueros comunistas que aconsejaban a la Unión Soviética: Hiss, Cromwell y Harriman.

El hecho de que todo esto sucediera en mayo de 1945, para mí es la prueba insoslayable de que el acuerdo para que Hitler escapara fue, como dice Abel Basti, entregarle el secreto de la bomba atómica a Estados Unidos. Una bomba que el desalmado Hitler se habría negado a utilizar por razones de conciencia. (Los dirigentes actuales del mundo, en cambio, no). Es fácil saber quién hizo ese pacto, pues el hermano de Foster Dulles, Allan, jefe de la empresa farmacéutica alemana Farben, hombre de Kuhn and Loeb y Rothschild, ayudó a financiar el partido Na-Zionista alemán.

El Proyecto de la bomba atómica es judío desde el inicio. La persona responsable, Bernard Baruch, vivía en Manhattan, de ahí que a ese proyecto secreto se le diera el nombre de “Proyecto Manhattan”. También pertenecían al consejo asesor sobre defensa, el presidente de la Universidad de Harvard, Conant (impulsor del anthrax) y el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, George L. Harrison. El judío lituano Lipman Siew que se cambió el nombre por el de William L. Laurence  y escribía en el New York Times, otro hombre de Baruch, supervisó el proyecto como “relaciones públicas” de un proyecto totalmente secreto. (!!).  Él fue el único civil que pudo ver el test de la bomba atómica en Los Alamos, Nuevo Méjico, y quien se sentó en el asiento del copiloto en el nefasto avión Enola Gay, que lanzó la bomba atómica.

De las 66 ciudades más grandes del Japón, 59 habían sido casi completamente destruidas en marzo de 1945. Sólo unas pocas se habían salvado de los ataques, entre ellas Kokura, Niigata, Hiroshima y Nagasaki. La razón es que querían que estuvieran indemnes para así poder comprobar la potencia de la bomba atómica.

Baruch, a través del General Groves, quería lanzarla sobre Kioto, pero el hecho de que tuviera un gran número de templos nipones hizo que desestimaran esta opción.

Aunque Truman se atribuya la autoría del lanzamiento, su total inexperiencia en el campo de las relaciones internacionales hizo que estuviera bajo el control del hombre de Baruch, James F. Byrnes.

La bomba atómica abrió una nueva etapa para la Humanidad, al conocer que un invento del ser humano era capaz de acabar con la vida en el Planeta. El propio Oppenheimer explicó que aquel día era “el agente de la muerte y la destrucción”.

 

La barbarie y la humanidad alcanzaron su mayor grado aquel día (y seguramente se inventaron lo del holocausto para ocultarlo) y fueron los ganadores del conflicto que lo llevaron a cabo.

Su objetivo, según revela el libro de Mullins repleto de citas, era conducir a la Humanidad al miedo total.

Una de las mentiras que nos contaron es que lanzaron panfletos sobre Hiroshima avisando al pueblo: la realidad es que los lanzaron varios días después de la masacre. El 1 de junio de 1945, Oppenheimer y Byrnes habían decidido que las bombas debían lanzarse sin avisar previamente a la gente.

Otra creencia errónea es que ambas ciudades eran blancos militares. La realidad es que en Hiroshima había 20.000 soldados (la mitad murieron) y en Nagasaki murieron 150 militares. Es decir, el 4% de los fallecidos.

Mientras tanto, el mencionado Lawrence/Lipman escribía en el New York Times a sueldo del ministerio de Defensa negando que hubiera víctimas por radiaciones.

La noticia de que Hiroshima y Nagasaki habían sido destruidas se celebró entre alborozo por los científicos del Proyecto Manhattan, con Oppenheimer a la cabeza.

Si alguna vez os habéis preguntado a qué se refieren las películas cuando hablan de científicos locos, esta es la respuesta.

PD: Sólo son 17 páginas en inglés (el resto son citas). Este libro fue quemado en los años 60 por orden de uno de estos banqueros. No quieren que sepas la Verdad.

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